Las grandes ideas y los grandes proyectos deben necesariamente ir acompañados, para su éxito, de una conciencia social y de un compromiso claro y concreto con la responsabilidad social empresarial, ya se trate de una start up o una empresa del Ibex 35. El ámbito laboral tiene mucho que contribuir a dar valor añadido y a mejorar la percepción que se pueda tener de un proyecto (frente a trabajadores y frente al mercado).

 

No cabe ni la más mínima duda: estamos en una era centrada totalmente en el ser humano, en la razón lógica y en la capacidad individual para la promoción de iniciativas. Este planteamiento se ha venido reforzando durante ya casi cuatro siglos, si bien los filósofos de la ilustración tal vez no llegaron a plantearse que el mundo en el que vivían pudiera llegar a ser moldeado tan profunda y visiblemente por la voluntad de personas individualmente consideradas que, con el poder de sus ideas y una iniciativa a prueba de balas, han llegado a forjar de manera perceptible nuestro día a día.

Estas personas tienen muchos nombres y se desenvuelven en distintos campos: así, tenemos a visionarios famosos (desde Nikola Tesla a Elon Musk), a idealistas irrompibles (desde los Ghandi a Malala Yousafzai)  o a científicos incansables (Marie Curie o Donna Strickland, que desde esta semana tienen el honor de ser las dos premio Nobel de Física).

Todos estos nombres tienen algo en común (además de que muchos empezaron sus proyectos en el garaje de su casa): un proyecto que en su más alto grado de desarrollo sobrepasa la búsqueda del éxito individual, va más allá del interés empresarial o personal y pretende (y logra) generar un cambio real en sus respectivos campos. En definitiva, estos proyectos van y deben ir cargados de un altísimo grado de responsabilidad social, lo cual permite que todos los agentes involucrados en tales empresas (entiendo empresa en su más amplia acepción) se vean identificados y representados con la misión perseguida por sus promotores.

Pero el contenido social de cada proyecto (bien sea un proyecto corporativo, caritativo o político) y la asunción de una verdadera responsabilidad social empresarial es más que una declaración de intenciones, bien sea que se trate de su faceta medioambiental, social o incluso laboral. Por el contrario, la responsabilidad empresarial tiene que verse materializada en distintas medidas de aplicación real, las cuales no se desarrollan de la noche a la mañana y que, de estar implementadas (bien se trate de una start up en estado de incubación o de una compañía del Ibex 35), sin duda contribuyen a garantizar una involucración real de los distintos agentes colaboradores.

Dentro de las medidas de responsabilidad empresarial implementadas a nivel transversal, y especialmente en cuanto corresponde a la perspectiva laboral, se hace ineludible destacar aquellas que en la práctica proporcionan un mayor valor añadido y que son ampliamente valoradas por los distintos agentes involucrados (accionistas, trabajadores, clientes, entre otros), haciendo más atractivos los proyectos que cuentan con estas medidas:

  1. La creación voluntaria de estándares de empleo que superen los mínimos legales o convencionales y la codificación de dichos estándares en políticas y manuales de empresa que sean de obligatorio cumplimiento -incluso a nivel internacional-.
  2. La implementación de medidas de flexibilidad que permitan a los trabajadores a todos los niveles conciliar el empleo con la vida personal y familiar y que sin duda tienen un impacto positivo directo en el nivel de compromiso y en la eficiencia. Cada vez son más frecuentes medidas como, por ejemplo, el trabajo a distancia programado, la flexibilidad de la jornada, las excedencias para el cuidado de familiares en condiciones más flexibles que las previstas en la ley, entre otras.
  3. El diseño de políticas retributivas transparentes, que permitan a los distintos colectivos de trabajadores conocer cuáles son los criterios utilizados para la fijación de salarios.
  4. En relación con los apartados anteriores, el desarrollo de procedimientos de auditoría periódica para detectar posibles desviaciones de las políticas de la compañía, por ejemplo, que discriminen inadvertidamente ciertos colectivos (por razones de género, orientación sexual, origen, etc.) y que permitan, entre otros objetivos, cerrar la brecha de la igualdad en todos los frentes.
  5. La participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa, por ejemplo, a través de esquemas retributivos basados en el valor de las acciones o teniendo en cuenta el cumplimiento de los objetivos trazados y el nivel de participación de cada trabajador en su consecución.
  6. El cumplimiento puntual de las obligaciones legales en materia de información a los representantes de los trabajadores, especialmente en cuanto se refiere a la evolución de los resultados y las perspectivas de contratación.
  7. Las inversiones en formación de los trabajadores a través, por ejemplo, de programas de retribución flexible que potencian de manera eficiente el crecimiento del conocimiento colectivo y permiten retener al mejor talento mediante su formación y su mejor compensación.
  8. La contratación efectiva de personal con discapacidad.
  9. La creación proactiva de canales de comunicación con los trabajadores, proveedores y clientes (los comúnmente llamados canales de whistleblowing), que permitan detectar cualquier punto de mejora o irregularidad de manera segura y efectiva.

En definitiva, tener una buena idea, un buen negocio o un buen proyecto puede no ser el elemento más importante para conseguir el éxito; las grandes ideas y los grandes proyectos deben necesariamente ir acompañados, para su éxito, de una conciencia social, de una responsabilidad permanente de cara a terceros, de un compromiso (moral y legal) que funcione como guía del proyecto y que acompañe (y forme parte) del business plan a lo largo de los años y permita, como anticipábamos, empezar en el garaje y llegar a la cima.

Felipe Ochoa

Departamento Laboral de Garrigues